domingo, 30 de marzo de 2014

Random Thinking.

Me viene a la cabeza lo mismo una canción que un helado de fresa, lo mismo un poema de Sabines, que una reunión de trabajo.


 A veces es una playa, seguida de un recuerdo de la infancia, a veces unos zapatos y otras tantas, una cerveza.


Me viene a la cabeza un fragmento de Cortázar lo mismo que el recibo del teléfono. Lo mismo a la una de la tarde que a las seis de la mañana; lo mismo una taza de café, que un cigarrillo; lo mismo una melodía de Haendel, que la fruta del mercado; lo mismo un sueño de hace tres días, que tu voz faltando al respeto a las leyes de la física y propagándose en el vacío, pero tu voz no es sonido, es recuerdo, entonces no hay nada que discutirle a la ciencia.


Me viene tanto a la cabeza y de forma tan aislada; sé que el pensamiento es aleatorio, el recuerdo inoportuno y la memoria traicionera, por eso a veces basta con ceder un poco, sin oponerles mucha resistencia.

sábado, 29 de marzo de 2014

Crezco

Crezco inverso, no conozco esta canción de cuna, mi madre no quisiera suicidarse de habernos conocido, hermano. 


Crezco al sol, cansado sin saber que crezco, no conozco este color en mis brazos, ni este cansancio.


Crezco cicatrices, me aparecen en las manos, no vienen de los juegos. 


Crezco lego, no conozco a este Judas que traiciona a su sangre y que dice ser mi padre.


Crezco al aire, lo conozco, no tiene rumbo fijo.


Crezco amargo, no conozco este sabor, debe ser la vida, pero la vida es dulce, la he probado.


Crezco sueños, esos sucesos que ocurren mientras duermo y que acaricio mientras estoy despierto.


Crezco daño, he sembrado semillas en su jardín y he cosechado.


Crezco mundo, no conozco ese país lejano, pero debe ser una mala réplica de los cuadros en los que lo he habitado.


Crezco tiempo, aunque me he detenido algunas veces...

Crezco humano.

Felicidad

Yo no pienso que exista una fórmula probada, ni una pesada ecuación, ni un secreto milenario con que se pueda alcanzar un estado de felicidad permanente o pleno.
No creo que la vida sea esa construcción en constante “obra negra” a la que hay que dar acabados finales (Y si es posible, de lujo).

No creo en un final ideal mientras haya siempre nuevos comienzos, nuevos estados de conciencia, nuevas perspectivas, nuevas sensaciones y nuevos conocimientos. 

Creo firmemente en el asombro, no conozco mejor sensación que la de lo inesperado, lo desconocido revelándose ante mis ojos o ante mis sentimientos en el momento indicado, no creo en el destino, por lo menos no en esa idea romántica que se tiene sobre él, creo en el movimiento, en la acción, creo en lo que habita en mí como una dualidad, ese errar y acertar en diferentes circunstancias, porque siempre siempre me han representado una oportunidad de conocerme un poco más y tener un mejor manejo de mi persona, mi persona hijo, mi persona padre, mi persona amigo, mi persona que ama, que se duele, que trabaja, que piensa, que habla, que escribe, que vive cada momento sin haber tenido (desde que recuerdo) un guía, un mentor, una carta escrita para mí con algunas instrucciones para cuando pudiera leerla, algo que me dijera “No hagas esto porque la consecuencia es esta”, “Haz esto porque con el tiempo verás los resultados positivos”. No sé decir si no la he necesitado, quizás sí en algunos casos, pero supongo que no en los más cruciales, no en los momentos más determinantes de mi vida, los que más me han marcado, de los que más he aprendido, y de los que quiero seguir aprendiendo, porque si una concepción tengo de la vida, es eso, aprender, hacer, abrir los ojos como la primera vez, abrirlos siempre, y permitirme ser, permitirme el llanto y permitirme la risa, permitirme el amor y la amargura, la soledad tan espantosa y la compañía tan casi divina, permitirme la ignorancia porque ella me dará el asombro, permitirme el conocimiento porque eso me dará más armas. Aceptarme con lo que me gusta y me disgusta de mí.

No conozco una fórmula precisa para ser feliz, pero lo he sido, y la felicidad ha estado siempre en lo más sencillo.

viernes, 14 de marzo de 2014

...

[…] Y el sol se quedó parado en medio de los cielos y no se apresuró a ponerse por más o menos un día entero. Y ningún día ha resultado ser como aquel, ni antes de él ni después de él, por el hecho de que Jehová escuchó la voz de un hombre […]
-Josué 10:14-
Cuando era pequeño leí en la Biblia la historia de Josué y su ejército, quienes para ganar una batalla lo único que necesitaban era un poco más de tiempo, pero como Josué tenía el favor del Dios todo poderoso, éste le brindó la oportunidad de ordenarle al sol y a la luna que se detuvieran en su ciclo, todavía recuerdo las palabras: “Sol, tente inmóvil sobre Gabaón, y luna, sobre la llanura baja de Ayalón”. Fue un día completo lo que el sol se detuvo y fue de esta forma que Josué y los suyos consiguieron la victoria.
No quiero hacer aquí un análisis sobre el día que desde aquel entonces la humanidad se atrasó en efectos de calendario, y que sí escribo esto un 11 de marzo, en realidad debería ser 12 de marzo gracias a aquel largo día de 48 horas. Más bien quiero hablar de la maravillosa posibilidad de detener el tiempo en nuestro favor, cuantas veces hemos necesitado sólo un poco más de tiempo? Cuantas veces nos hemos sorprendido de lo rápido que transcurre y de cómo las circunstancian cambian “de un día para otro” sin que fuera precisamente lo que esperábamos?
Yo en lo particular no recuerdo un día en el que haya querido detener el tiempo por unas horas, creo que sería más ambicioso en el caso de tener dicha posibilidad y lo detendría unas semanas o algunos meses en lo que acomodo las circunstancias para lograr mis objetivos, ya que por lo regular mis procesos llevan una buena inversión de tiempo. Aunque, pensándolo bien, y al contrario de Josué, creo que preferiría acelerarlo, saltarme etapas, brincarme duelos y días y noches fatales, para finalmente aparecer reincorporado en la época donde todo está resuelto.
Sol, hoy no te detengas ni avances aceleradamente, hoy te ordeno un transcurso normal, porque soy dueño de mi tiempo.