Pateaste una braza, caminabas por una calle oscura y entonces pateaste una braza. Se iluminó el pequeño entorno, saltaron brazas diminutas, como luciérnagas de fuego opaco que morían casi al mismo instante de levantar el vuelo, tu rostro también se iluminó, débilmente y por el mismo espacio de tiempo, pero suficiente para hacerte brillar la lágrima que escurría por tu mejilla. Alguna tristeza te llevó a esa calle, a ese fuego recién apagado que humeaba todavía con el esqueleto encendido, elevando la grisácea señal de la agonía, alguna tristeza te condujo a esa arteria, a ese corazón que ardió en otro tiempo, quizá buscabas reconcer algún espacio, quizá buscabas el calor que habías perdido.