..."por lo demás, hay que ser imbécil, hay que ser poeta, hay que estar en la luna para perder más de cinco minutos con estas nostalgias perfectamente liquidables a corto plazo"...
(Fragmento "recortado" a conveniencia de un texto de Julio Cortázar)
jueves, 18 de noviembre de 2010
viernes, 5 de noviembre de 2010
Los viejos amantes
Ahora se disparan sin pólvora, sin municiones, balas de salva chocando contra bultos, nadie muere, nadie cae, sólo lastimaduras leves que sanaran caricias de otros, el juego termina en tablas, y los contrincantes se dan la mano por un segundo en el que se reconocen: guerreros solitarios en el campo de batalla, pudieran darse un abrazo y llorar por el mismo cansancio, pero tienen todavía sabor de sangre, rumor de muerte, aire de destrucción.
Alguna vez se amaron verdaderamente pero sabían que tenían que destruirse después, objetos de un delirio de dioses, de una sentencia cíclica, actores resignados en la puesta elemental del mundo, de la tragedia madre, marionetas con la mano de la historia insertada en el culo y revolviendo sus entrañas, ahora no saben si todavía se odian un poco o se aman un poco, cualquiera de las dos sensaciones parece familiar, no saben si se duelen todavía, se ven a los ojos llenos de carnosidad y cristalizados por una lágrima permanente y no saben que ha pasado mucho tiempo, no saben que son una repetición infinita, no saben que son el resultado esperado de la ecuación original, que los condecora el universo y los retira con honores, con un cortejo de astros, por eso les da nostalgia el cielo con estrellas, (su propio homenaje) como al anciano ilustre que le develan un busto, como al soldado mutilado que se entera por televisión que los suyos consiguieron la victoria.
Aprendieron las reglas del juego después de poder ejecutarlas, su tiempo se esfumó, lo perdieron muchas veces estudiándose, admirándose, preparando algún ataque, atacaron, se arrepintieron de dañarse, quisieron hacer la paz cuando fue tarde, cuando el juego terminaba y sus gobiernos venían a recogerlos, sus instintos de fuga, sus temores heredados sobre el atrevimiento llevado hasta las últimas consecuencias, el recogimiento necesario, no existe un record en este drama, no hay una figura honesta, Romeo y Julieta lo fueron, se amaron a la perfección, el final fue perfecto, la rebelión contra la imposición tiránica del corazón humano que nunca termina de irse, que nunca termina de quedarse, que viaja de un pecho a otro, de un latido a otro, de una corazonada a otra. Se aniquilaron porque supieron a tiempo que después ya no seria lo mismo, que también eran parte del fractal amoroso, pero rompieron el esquema, se tragaron la estadística en un trago de veneno menos corrosivo, menos extenuante que el sufrimiento de ver terminada su historia antes que sus propias vidas...
Pero nuestros amantes no pueden ser leyenda porque van dejando su vida o parte de ella en sacrificio de un recuerdo, de una historia personal para contar y ponerse melancólicos de vez en cuando a la hora de envejecer, a la hora de manifestar convencidamente en un discurso de bohemia, que el amor es una maravilla dolorosa, y se ponen a mostrar las cicatrices, y se ponen a evocar aquellos tiempos y se ponen a preguntarse qué habría sido, de haberle jugado la revancha al corazón...
Alguna vez se amaron verdaderamente pero sabían que tenían que destruirse después, objetos de un delirio de dioses, de una sentencia cíclica, actores resignados en la puesta elemental del mundo, de la tragedia madre, marionetas con la mano de la historia insertada en el culo y revolviendo sus entrañas, ahora no saben si todavía se odian un poco o se aman un poco, cualquiera de las dos sensaciones parece familiar, no saben si se duelen todavía, se ven a los ojos llenos de carnosidad y cristalizados por una lágrima permanente y no saben que ha pasado mucho tiempo, no saben que son una repetición infinita, no saben que son el resultado esperado de la ecuación original, que los condecora el universo y los retira con honores, con un cortejo de astros, por eso les da nostalgia el cielo con estrellas, (su propio homenaje) como al anciano ilustre que le develan un busto, como al soldado mutilado que se entera por televisión que los suyos consiguieron la victoria.
Aprendieron las reglas del juego después de poder ejecutarlas, su tiempo se esfumó, lo perdieron muchas veces estudiándose, admirándose, preparando algún ataque, atacaron, se arrepintieron de dañarse, quisieron hacer la paz cuando fue tarde, cuando el juego terminaba y sus gobiernos venían a recogerlos, sus instintos de fuga, sus temores heredados sobre el atrevimiento llevado hasta las últimas consecuencias, el recogimiento necesario, no existe un record en este drama, no hay una figura honesta, Romeo y Julieta lo fueron, se amaron a la perfección, el final fue perfecto, la rebelión contra la imposición tiránica del corazón humano que nunca termina de irse, que nunca termina de quedarse, que viaja de un pecho a otro, de un latido a otro, de una corazonada a otra. Se aniquilaron porque supieron a tiempo que después ya no seria lo mismo, que también eran parte del fractal amoroso, pero rompieron el esquema, se tragaron la estadística en un trago de veneno menos corrosivo, menos extenuante que el sufrimiento de ver terminada su historia antes que sus propias vidas...
Pero nuestros amantes no pueden ser leyenda porque van dejando su vida o parte de ella en sacrificio de un recuerdo, de una historia personal para contar y ponerse melancólicos de vez en cuando a la hora de envejecer, a la hora de manifestar convencidamente en un discurso de bohemia, que el amor es una maravilla dolorosa, y se ponen a mostrar las cicatrices, y se ponen a evocar aquellos tiempos y se ponen a preguntarse qué habría sido, de haberle jugado la revancha al corazón...
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