Pensaba iniciar esto diciendo que el hecho de ver a tanta gente enferma me resulta depresivo hasta las lágrimas, pero después de analizar un poco más a detalle y dándome la oportunidad de generar una opinión menos anticipada, mi enfoque cambia de manera drástica, y es que no estoy diciendo ahora que me de gusto ver a tanta gente enferma, no, lo que cambia mi opinión es que toda esa gente a pesar de su convalecencia, está aquí, procurando su salud, librando una batalla de voluntad en contra de su malestar y en contra de un sistema de atención nefasto y deficiente, personal sin las mínimas normas de cordialidad, por lo contrario, en cualquier ventanilla se escuchan regaños y quejas, se ven malas caras, se hacen filas enormes que más bien parecen trenes descarrilados porque los enfermos no se paran erguidos. Y las instalaciones, con esas salas que no sé si son de espera o de tortura, bajo una luz pálida y débil, fría, como ese anciano en su silla de ruedas que reúne exactamente las mismas características.
Y los olores mezclados en el ambiente, el material de curación, el séptico, el almuerzo de la secretaria, la gasolina del "Mop" que empuja un tipo con barba de candado y botas industriales, y el de la misma gente...
El murmullo, los quejidos, el llanto de los niños aquí y allá, las bromas de los doctores con sus batas blancas y con sus estetoscopios colgando del cuello, pareciera que ese es su principal distintivo.
Y ya no hablo del desabasto en las medicinas, de la desilusión después de la espera, "vuelva la próxima semana, o en un mes, o cómprelo en alguna farmacia".
Entonces pienso que no es fácil, que la gente viene aquí porque se quiere, porque quiere a los suyos y lo que importa finalmente es estar saludables, por eso rectifico mi primera impresión, porque después de todo esto, lo que la gente merece es admiración, respeto y un poco de ayuda para subir una escalera o una rampa, y lo hacen, por fortuna nunca falta quien se ofrece a empujar una silla de ruedas, a ceder su turno, o como en mi caso particular (porque yo no vine aquí a observar) una señora saca una manzana de su bolso y me la ofrece después de recuperarme de una descompensación, dos señores me sostienen y una joven me pregunta si me encuentro bien, pero hay algo que llama mi atención, me habla como si me conociera, incluso las demás personas se retiran porque suponen lo mismo, sonríe y me hace algunas preguntas sencillas, no la conozco, pero su tono de voz es tan dulce que hasta me nivela la glucosa con sólo decirme: "No te levantes, voy a conseguirte algo de tomar, te caerá bien".