viernes, 12 de marzo de 2010
LA TARDE . . .
La tarde se puso un suéter gris, de cuello alto, parece una colegiala con el corazón roto que camina por la orilla de su propio desengaño, lago infame al centro del cual arroja las resoluciones de sus dudas como piedras en busca ahora de explicaciones, de "porques". la tarde llora su paso triste por la ciudad, llora el ruido que entra como un alambre de púas por uno de sus oídos y sale por el otro arrastrando entre sus filos alguna vieja palabra de amor ya sin sentido. Se detiene por momentos, casi noche, frente a las escuelas a la hora en que los estudiantes se amotinan a la entrada para encender cigarrillos furtivos, para intercambiar bromas, burlas y besos experimentales, para hablar de revoluciones y de iconos que han traspasado barreras generacionales. Y la tarde llora, y sus lamentos hacen eco en las aulas vacías y se pierden en el sonido de butacas arrastradas de un lado a otro en un sistema rudimentario de limpieza.
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