Cuando era niño, fui campeón del mundo en casi todo lo que hacía, descubrí un planeta y le elegí un nombre, también fui inventor, tenia un rayo láser que disparaba desde mis dedos índice, encontraba oro y diamantes a cada rato en paseos por el campo y junto a los ríos. Fabriqué aviones, barcos y naves espaciales, realicé valiosas aportaciones a la química con un poco de cloro, salsa picante y shampoo, platicaba con conejos, ranas y perros, (espero que no piensen que soy un pedante ahora que olvidé aquel lenguaje) si recibía poco dinero, compraba dulces; si recibía mucho dinero, también compraba dulces. Había señoras que me regalaban manzanas en el mercado y no era para menos, era un súper héroe y ellas lo sabían, yo les correspondía con un guiño y nada más, no podía poner evidencia aquella identidad secreta, aunque mi madre se empeñara siempre en sacarme de la ducha con mi propia capa. Definitivamente había cosas difíciles de entender para los adultos, absortos siempre en sus pensamientos, en sus dolores de cabeza y en su prisa, mientras que yo jugaba con el tiempo, desayunaba por las noches, ayer iría a la escuela y visitaría a los abuelos la semana pasada.
Naturalmente fui creciendo, al principio no me daba cuenta, pero ya no disparaba a los coches con mi láser, ya no era un agente secreto que resolviera misterios en el patio posterior de la casa, antiguo laboratorio y taller de tantos inventos, más tarde habría que abandonarlo en una terrible mudanza, más tarde todos mis súper poderes se verían debilitados por la fuerza magnética en los ojos de aquella adolescente que me miró por primera vez.
poco a poco fui dejando de ser niño, pero a pesar de todo, de vez en cuando, cuando camino por la calle absorto en mis pensamientos, inconscientemente empujo con el pie alguna piedrecilla para pasarla entre dos llantas de coche y no puedo evitar gritar por dentro: Gol! aunque después recuerdo que el fútbol ya no está entre mis aficiones y continúo mi camino siempre a prisa. descubro entonces que todavía queda algo de aquel niño, que sigo llevando corcholatas en los bolsillos, son sueños de los cuales no me puedo desprender y que, como en aquel entonces, poseen un valor superior a cualquier cifra.
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