Había también pelotas de colores en cruceros, revolviéndose en el aire con antorchas encendidas, con monedas que se lanzan esperando el resultado del azar, ley absoluta que da "luz verde" a los que aprovechan la luz roja para trabajar.
Había unos locos hermosos, lanzando piedras invisibles, únicos dueños de esa mirada perdida que de pronto choca con la tuya y te llena miedo, porque en ese momento se revela frente a ti, tu propia locura. Había una que protestaba a gritos por su muñeca rota, pero todo en los locos esta roto, desde el corazón hasta el abrigo, desde los calcetines que secan al sol en un gancho de metal, hasta los espejos en los que se reflejan y se contemplan rotos ellos mismos, por eso gritan, por eso lloran, por eso huyen de la percepción de los demás, porque los demás siempre temen alguna cortadura producto del roce con personas rotas como ellos.
Había un reloj inmenso en una de las muñecas del templo principal, no se decir si la izquierda o la derecha, pero estaba ahí, enorme y bello, pero consternado por saberse el indicador "per se" de la prisa de los demás, algo triste porque día a día impone plazos, citas, exámenes, nacimientos y muertes, algo pesado y viejo, reflejo exacto de la cara del tiempo, algo aburrido de su propio tic tac, de ese taladro del que muchos llevamos una replica exacta en cualquiera de nuestras propias muñecas, pulsaciones y minutos debatiendo, sístole y diástole del corazón urbano, del corazón humano, que más da.
Y así la melodía, el paseo, la mirada recorriendo silenciosa cada muro, cada persona con su propia historia, con su propio rostro al sol, a la banqueta, a otro rostro, a nada.
Y así la mandíbula de la psique cansada de tanto masticar ideas, de tanto mordisquear pensamientos, con los dedos ansiosos y entumidos de tanto reventar las burbujas de aire del papel de embalaje que sin darme cuenta recogí afuera de una tienda de electrodomésticos, donde sonaba una pieza de jazz, y que era como una isla auditiva en medio del caos de la ciudad.. .
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