Cuando era niño, tenia una fascinación muy particular por una escena muy particular, vivía en una colonia situada prácticamente a las faldas de un cerro, por lo tanto era habitual en ese tiempo observar descender de la montaña a leñadores a caballo transportando enormes vigas que ataban a los costados de los caballos en un extremo y el extremo opuesto se arrastraba por el piso.
Esta imagen llamaba mi atención, pero principalmente (y no puedo explicar porque) me gustaba ver como las vigas se desgastaban contra el asfalto.
No buscaba en ese entonces darme explicaciones al respecto, consecuencias lógicas de fricción ni cosas por el estilo, ni siquiera me importaba ni me cuestionaba el destino de las vigas, era solo eso, el desgaste en la madera, el ángulo que se formaba... Yo simplemente lo observaba y era un buen momento.
Hace unos días me encontré con esa imagen que era parte del paisaje vespertino de mi infancia y fue muy agradable, fue como en aquel entonces, un buen momento, pero también pude darme cuenta de que no he perdido mi capacidad de asombro ante los actos gratuitos y particulares de una vida que muchas veces encuentra valor y sentido en este tipo de "insignificancias".
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