Primo, falleció el abuelo.. Decía el mensaje de texto que recibí por la mañana muy temprano, minutos antes de que sonara mi despertador..
Llamé a mi madre para preguntarle cómo estaba, me respondió tranquila aunque evidentemente triste, todavía no amanecía y ya se anunciaba un día diferente.
Más mensajes y llamadas de la familia, todos con el deber de dar la mala noticia, de poner al tanto..
Yo escribo esto arriba de un autobús camino a Zamora, a despedir al abuelo, creo que la última vez que hice el mismo viaje fue hace 8 años, a despedir a la abuela..
Soy un desapegado con la familia, lo sé, pero considero que hay deberes que se tienen que cumplir, y estar con la familia en una pérdida, es uno de los principales.
Además se trata del abuelo, de lo más cercano al origen, mientras estaba en la ducha pensaba que los abuelos son nuestra especie personal en peligro de extinción, esos viejos ejemplares de humanos en los que está gravada en el rostro y en la voz, parte inmutable de la sabiduría de la vida, experiencia, años, paciencia..
Yo recuerdo a mi abuelo como un verdadero roble, grande, fuerte, de zapatos enormes a los que metía mis pies de cinco o seis años. Era un hombre que convertía sus hábitos en rituales, desde preparar la ducha, hasta el cepillado de dientes, desde la forma de afeitarse, hasta la solemnidad para sentarse a la mesa. Fumaba cigarros Fiesta, tomaba café ristreto, vestía playeras blancas de algodón y usaba brillantina en el cabello, (quizás haya algo de todo eso en mi persona y quizás por eso me refiero a mi propio origen) desde que recuerdo tenía canas, so voz era ronca y agradable, como para haberle escuchado más palabras, pero no hablaba mucho, quizá sólo un poco más de lo necesario..
No recuerdo algún consejo suyo, repito que soy un desapegado, pero ahora puedo interpretar un poco su viejo silencio, uno va aprendiendo a callarse la boca con el paso del tiempo, a hablar si acaso un poco más de lo necesario, y eso también es un consejo. Como lo fue también su rostro imperturbable, porque muchas veces hay que darle a la vida un sólo rostro. solo él supo qué se llevó a su tumba y qué le endureció el gesto, yo mientras viajo en este autobús, lo recuerdo y ya quiero llegar, aunque sé que es tarde para verlo con vida, maldito desapego el mío.
Llego a la terminal, un taxi, al panteón, a la sala crematoria, corriendo, no sabía pero me estaban esperando, el cuerpo de mi abuelo estaba a la puerta del horno, el roble, cruzado de brazos, entero el increíble viejo, me esperaron; se olvida uno de ese protagonismo que nos regalan las personas que nos quieren; me esperaron, faltaba que yo llegara a despedirme, toqué su frente, y después de eso nada...
Ha sido un gran día, vi a los míos después de mucho tiempo, reconocí incluso en el cuerpo ya sin vida de mi abuelo, de dónde realmente vengo.
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