Yo no pienso que exista una fórmula probada, ni una pesada ecuación, ni un secreto milenario con que se pueda alcanzar un estado de felicidad permanente o pleno.
No creo que la vida sea esa construcción en constante “obra negra” a la que hay que dar acabados finales (Y si es posible, de lujo).
No creo en un final ideal mientras haya siempre nuevos comienzos, nuevos estados de conciencia, nuevas perspectivas, nuevas sensaciones y nuevos conocimientos.
Creo firmemente en el asombro, no conozco mejor sensación que la de lo inesperado, lo desconocido revelándose ante mis ojos o ante mis sentimientos en el momento indicado, no creo en el destino, por lo menos no en esa idea romántica que se tiene sobre él, creo en el movimiento, en la acción, creo en lo que habita en mí como una dualidad, ese errar y acertar en diferentes circunstancias, porque siempre siempre me han representado una oportunidad de conocerme un poco más y tener un mejor manejo de mi persona, mi persona hijo, mi persona padre, mi persona amigo, mi persona que ama, que se duele, que trabaja, que piensa, que habla, que escribe, que vive cada momento sin haber tenido (desde que recuerdo) un guía, un mentor, una carta escrita para mí con algunas instrucciones para cuando pudiera leerla, algo que me dijera “No hagas esto porque la consecuencia es esta”, “Haz esto porque con el tiempo verás los resultados positivos”. No sé decir si no la he necesitado, quizás sí en algunos casos, pero supongo que no en los más cruciales, no en los momentos más determinantes de mi vida, los que más me han marcado, de los que más he aprendido, y de los que quiero seguir aprendiendo, porque si una concepción tengo de la vida, es eso, aprender, hacer, abrir los ojos como la primera vez, abrirlos siempre, y permitirme ser, permitirme el llanto y permitirme la risa, permitirme el amor y la amargura, la soledad tan espantosa y la compañía tan casi divina, permitirme la ignorancia porque ella me dará el asombro, permitirme el conocimiento porque eso me dará más armas. Aceptarme con lo que me gusta y me disgusta de mí.
No conozco una fórmula precisa para ser feliz, pero lo he sido, y la felicidad ha estado siempre en lo más sencillo.