lunes, 1 de diciembre de 2014

Sabores de infancia.

La infancia me sabe a tacos de azúcar, a te de canela con teleras recién horneadas, a guamuchiles, al mazapán de chocolate del DIF que no he vuelto a probar nunca, y que si lo hiciera, quizás me decepcionaría porque mi memoria lo registra como uno de los mejores sabores que he probado, pero las cosas nunca vuelven a ser igual porque nosotros nunca volvemos a ser los mismos. 
Me sabe a las empanadas de atún que hacía la mamá de Marco Esteban, a Corn Pops, a las tortas de queso y crema que hacía Don Lupe en su tienda y que tampoco he vuelto a probar porque tuvimos que abandonar aquella colonia con urgencia y no he regresado y no sé si Don Lupe viva todavía. 
Me sabe a unas tortas de jamón que mi madre preparaba con el pan para las hamburguesas y que un día, (uno de los que recuerdo que comimos en familia) una de esas tortas fue la propina que mi madre le dio al señor del gas, recuerdo que ese acto me provocó una extraña alegría, era, puedo definirlo ahora, la alegría de compartir.
Me sabe también a merengues, los vendían muy cerca del mercado de San Juan, se me deshacen nuevamente en la boca ahora que los recuerdo, tenía que esperar hasta que visitáramos esos rumbos, pero llegado el momento, experimentaba una especie de felicidad absoluta. Tampoco he vuelto a probarlos, pero sí la felicidad absoluta mucho tiempo después en unos labios que también esperé por algún tiempo. Qué sensación tan parecida, uno va eligiendo con qué sabores quedarse, yo prefiero los dulces, los que me han hecho experimentar las sensaciones más agradables, los amargos también están ahí, logrando un equilibrio razonable, pero no hay como los recuerdos que te dejan un buen sabor de boca.

jueves, 20 de noviembre de 2014

#TodosSomosBurlasPendejas

No me impresiona, ni me indigna, ni me causa ninguna gracia ver esa acelerada y voraz erupción de burlas ingeniosas y otras no tanto, de lo que sucede hoy mismo en nuestro país. 
Es una capacidad de respuesta inmediata que envidiaría cualquier pueblo del mundo, desafortunadamente, no se logra nada.

Tenemos bien sabido que el ingenio del mexicano es también envidiable, y que muchas veces nos ha servido para sobrellevar esa "desgracia" de la que tanto nos hemos lamentado por siglos enteros, porque también somos víctimas de todo y de todos, víctimas hasta de nuestra propia ubicación geográfica que nos coloca por debajo y "a un paso" de la primer potencia mundial. 

Pero, ¿de qué nos sirve?, ¿Hasta qué grado es válido el chascarrillo, hasta que grado es permitida la risa? Es claro que estamos en los ojos del mundo, y también está claro que en algunos países nos toman más en serio que nosotros mismos y se unen solidariamente y con tristeza a la pena que nos aplasta y nos oprime como nación. 

Si bien utilizamos el chiste como anestésico natural (y casi endémico de nuestro país) ante el dolor que padece nuestra soberanía, pienso que también estamos exediéndonos de manera brutal en la dosis que nos podemos permitir, porque ahora lo estamos llevando como salvoconducto para atravesar libremente las delgadas fronteras del respeto que entre nosotros mismos nos merecemos.

Es una pena el tiempo invertido en pendejadas, es una pena el afán de protagonismo de quien utiliza su espacio virtual para "destacar" estúpidamente ante un verdadero problema que desde ya es una herida que no sanará pronto y que, eso sí, se recordará solemnemente bajo algún lema como "Ayotzinapa no se olvida" generaciones después y cuando sea oportuno volver a autodenominarnos víctimas del mal gobierno y tengamos que culpar a alguien por alguna nueva crisis o algún otro mal del que, en su momento, preferiremos caricaturizar antes de poder medir las dimensiones que pueda alcanzar y en lo que como individuos nos pueda repercutir.

sábado, 8 de noviembre de 2014

(El título está en el viento)


<<How many roads must a Man walk down, before you call him a Man?>>
    Dylan.

¿Cuanto tiempo le basta a un hombre para reconstruirse? ¿Cuantos pedazos de sí mismo tiene que volver a unir? Cuanta fuerza de voluntad? ¿cuantos intentos, cuantos insomnios?

Apenas anoche buscaba la tranquilidad de su espíritu, buscaba la paz y la calma, buscaba respirar profundo, liberarse y comenzar a habitar su propio presente, apenas anoche ese hombre que meditaba frente a una vela y en completo silencio, ponía sobre la balanza sus equivocaciones y sus aciertos tratando de encontrar el equilibrio. 

¿Cuantos tropiezos, cuantas salidas en falso? ¿Cuantas veces vuelve a derrumbarse, cuantas veces intenta dibujarse antes de poder reconocerse de nuevo? 

Apenas hace unos días aquel hombre despertaba en una recaída, se daba cuenta que su lucha era interna, pero, ¿cómo vencer a la versión antagónica de uno mismo? 

¿Cuantas vidas tendrá que inventarse, cuántos motivos tendrá que improvisar porque sabe que su existencia ha quedado a la deriva y no se sostiene de nada?

Apenas hace unos meses rezaba por el olvido: 

Tú que pusiste memoria en mi cerebro. Tú que antes del presente creaste el pasado. Tú que puedes, permíteme el olvido. Extiende tu bisturí maestro sobre este tumor que me crece silencioso y se arraiga fuertemente con el paso del tiempo. Padre, si es tu voluntad, retira de mí éste recuerdo.

¿Cuanto tiempo, cuanta vida, cuanto de todo?  

The answer is blowing in the wind... 



viernes, 23 de mayo de 2014

Cabos sueltos.

Paso buscando indicios, hilos de media con los cuales poder descolgarme con todos mis supuestos. Busco aquí y allá como un sabueso paranoico entrenado para atar cabos sueltos. 

He creado historias justificadas hasta en los mínimo detalles a partir de una palabra, por ejemplo.

Por supuesto que me he equivocado, por supuesto que he inventado monstruos a partir de la oscuridad de mi habitación cuando no puedo dormir y entonces entro al laboratorio de ideas, ahí hay morteros, matraces y tubos de ensaye para mezclar pensamientos, y de pronto ya tengo una historia.

 El sentido común es para principiantes, yo no creo en nada que no conozca, a mi no me mueven las corazonadas, por eso hay que investigar minuciosamente cada posibilidad, no se puede andar por ahí sin certezas, aunque me he equivocado, por su puesto.

Pero no dejo de buscar hilitos con los cuales atar poco a poco mis ideas sueltas, hasta forjar un escudo de seguridad irrompible, para cuando lleguen, destructivas, las verdades.

domingo, 30 de marzo de 2014

Random Thinking.

Me viene a la cabeza lo mismo una canción que un helado de fresa, lo mismo un poema de Sabines, que una reunión de trabajo.


 A veces es una playa, seguida de un recuerdo de la infancia, a veces unos zapatos y otras tantas, una cerveza.


Me viene a la cabeza un fragmento de Cortázar lo mismo que el recibo del teléfono. Lo mismo a la una de la tarde que a las seis de la mañana; lo mismo una taza de café, que un cigarrillo; lo mismo una melodía de Haendel, que la fruta del mercado; lo mismo un sueño de hace tres días, que tu voz faltando al respeto a las leyes de la física y propagándose en el vacío, pero tu voz no es sonido, es recuerdo, entonces no hay nada que discutirle a la ciencia.


Me viene tanto a la cabeza y de forma tan aislada; sé que el pensamiento es aleatorio, el recuerdo inoportuno y la memoria traicionera, por eso a veces basta con ceder un poco, sin oponerles mucha resistencia.

sábado, 29 de marzo de 2014

Crezco

Crezco inverso, no conozco esta canción de cuna, mi madre no quisiera suicidarse de habernos conocido, hermano. 


Crezco al sol, cansado sin saber que crezco, no conozco este color en mis brazos, ni este cansancio.


Crezco cicatrices, me aparecen en las manos, no vienen de los juegos. 


Crezco lego, no conozco a este Judas que traiciona a su sangre y que dice ser mi padre.


Crezco al aire, lo conozco, no tiene rumbo fijo.


Crezco amargo, no conozco este sabor, debe ser la vida, pero la vida es dulce, la he probado.


Crezco sueños, esos sucesos que ocurren mientras duermo y que acaricio mientras estoy despierto.


Crezco daño, he sembrado semillas en su jardín y he cosechado.


Crezco mundo, no conozco ese país lejano, pero debe ser una mala réplica de los cuadros en los que lo he habitado.


Crezco tiempo, aunque me he detenido algunas veces...

Crezco humano.

Felicidad

Yo no pienso que exista una fórmula probada, ni una pesada ecuación, ni un secreto milenario con que se pueda alcanzar un estado de felicidad permanente o pleno.
No creo que la vida sea esa construcción en constante “obra negra” a la que hay que dar acabados finales (Y si es posible, de lujo).

No creo en un final ideal mientras haya siempre nuevos comienzos, nuevos estados de conciencia, nuevas perspectivas, nuevas sensaciones y nuevos conocimientos. 

Creo firmemente en el asombro, no conozco mejor sensación que la de lo inesperado, lo desconocido revelándose ante mis ojos o ante mis sentimientos en el momento indicado, no creo en el destino, por lo menos no en esa idea romántica que se tiene sobre él, creo en el movimiento, en la acción, creo en lo que habita en mí como una dualidad, ese errar y acertar en diferentes circunstancias, porque siempre siempre me han representado una oportunidad de conocerme un poco más y tener un mejor manejo de mi persona, mi persona hijo, mi persona padre, mi persona amigo, mi persona que ama, que se duele, que trabaja, que piensa, que habla, que escribe, que vive cada momento sin haber tenido (desde que recuerdo) un guía, un mentor, una carta escrita para mí con algunas instrucciones para cuando pudiera leerla, algo que me dijera “No hagas esto porque la consecuencia es esta”, “Haz esto porque con el tiempo verás los resultados positivos”. No sé decir si no la he necesitado, quizás sí en algunos casos, pero supongo que no en los más cruciales, no en los momentos más determinantes de mi vida, los que más me han marcado, de los que más he aprendido, y de los que quiero seguir aprendiendo, porque si una concepción tengo de la vida, es eso, aprender, hacer, abrir los ojos como la primera vez, abrirlos siempre, y permitirme ser, permitirme el llanto y permitirme la risa, permitirme el amor y la amargura, la soledad tan espantosa y la compañía tan casi divina, permitirme la ignorancia porque ella me dará el asombro, permitirme el conocimiento porque eso me dará más armas. Aceptarme con lo que me gusta y me disgusta de mí.

No conozco una fórmula precisa para ser feliz, pero lo he sido, y la felicidad ha estado siempre en lo más sencillo.

viernes, 14 de marzo de 2014

...

[…] Y el sol se quedó parado en medio de los cielos y no se apresuró a ponerse por más o menos un día entero. Y ningún día ha resultado ser como aquel, ni antes de él ni después de él, por el hecho de que Jehová escuchó la voz de un hombre […]
-Josué 10:14-
Cuando era pequeño leí en la Biblia la historia de Josué y su ejército, quienes para ganar una batalla lo único que necesitaban era un poco más de tiempo, pero como Josué tenía el favor del Dios todo poderoso, éste le brindó la oportunidad de ordenarle al sol y a la luna que se detuvieran en su ciclo, todavía recuerdo las palabras: “Sol, tente inmóvil sobre Gabaón, y luna, sobre la llanura baja de Ayalón”. Fue un día completo lo que el sol se detuvo y fue de esta forma que Josué y los suyos consiguieron la victoria.
No quiero hacer aquí un análisis sobre el día que desde aquel entonces la humanidad se atrasó en efectos de calendario, y que sí escribo esto un 11 de marzo, en realidad debería ser 12 de marzo gracias a aquel largo día de 48 horas. Más bien quiero hablar de la maravillosa posibilidad de detener el tiempo en nuestro favor, cuantas veces hemos necesitado sólo un poco más de tiempo? Cuantas veces nos hemos sorprendido de lo rápido que transcurre y de cómo las circunstancian cambian “de un día para otro” sin que fuera precisamente lo que esperábamos?
Yo en lo particular no recuerdo un día en el que haya querido detener el tiempo por unas horas, creo que sería más ambicioso en el caso de tener dicha posibilidad y lo detendría unas semanas o algunos meses en lo que acomodo las circunstancias para lograr mis objetivos, ya que por lo regular mis procesos llevan una buena inversión de tiempo. Aunque, pensándolo bien, y al contrario de Josué, creo que preferiría acelerarlo, saltarme etapas, brincarme duelos y días y noches fatales, para finalmente aparecer reincorporado en la época donde todo está resuelto.
Sol, hoy no te detengas ni avances aceleradamente, hoy te ordeno un transcurso normal, porque soy dueño de mi tiempo.

domingo, 26 de enero de 2014

...

"...cuando al punto final de los finales, no le quedan dos puntos suspensivos." J. Sabina.

Casi siempre mi día termina en puntos suspensivos, por un lado pudiera pensar que es bueno porque, de acuerdo a las leyes de la gramática, esto le da continuidad con el día siguiente. Pero por otro lado, lo puedo relacionar con mi  incapacidad para poner un punto final a las cosas, así mi día antes de irme a dormir. Por lo tanto duermo encima de tres inquietantes puntos que no me permiten un descanso pleno, despertándome cansado, con sueño aún, pesado, el problema se agrava cuando los puntos no hacen ninguna conexión, y están ahí, siguiéndome a la regadera, a la cocina, a mi habitación, bajando la escalera, por la calle, en el trabajo, detrás de mí sin separarse ni un solo momento y siempre guardando esa alineación y esa distancia precisa entre ellos para no dejar de hacer de mi existencia un continuo suspenso, dejando alguna luz encendida en lo más oscuro de la noche, cobijándome con un pesado montón de dudas que terminan por dificultarme la respiración, hinchando mis ojos al amanecer y acabando poco a poco con mis palabras, imponiendo en mi rutina su desconcertante silencio.
Pero no dejo de pensar y no pierdo la esperanza de poder decir en un futuro: este fue un día y aquí termina, o mejor aún, rompiendo con esa incapacidad de la que hablaba, también poder decir: esta es otra de mis historias y aquí termina.

sábado, 4 de enero de 2014

El cajón de lo inclasificable.

He llenado mi cabeza de humo, de ideas recurrentes, de rostros fijos, de frases que se repiten una y otra vez, de imágenes congeladas… Le he hecho daño, le he robado vitalidad, la he convertido en la cabeza de un viejo, la he torturado desde que amanece hasta los últimos minutos del día, me ha dolido fuertemente, se ha cansado de albergar pensamientos estériles, ecos que rebotan entre sus paredes llenas de grietas, de temblores, de fiebres internas que se convierten en delirios, en trenes descarrilados, en catástrofe… Y después viene el silencio como pulsaciones debajo del agua, como la luz débil de una vela, como la espuma de una cerveza oscura o como el majestuoso silencio de las nubes completamente blancas. 
Y de nuevo humo, el humo grisáceo característico del tabaco, lo he sentido en mi cabeza, compacto, acumulado, impregnando su aroma hasta el amanecer, hasta la nausea, en la piel, en todo lo que escribo, en mi sonrisa.
Y la cabeza reclama, se desconcentra, pierde datos, fechas, olvida citas, se marea y algunas veces despierta y no recuerda lo que acaba de suceder hace unas horas.
He llenado de cosas mi cabeza, como el cajón de lo inclasificable, a donde van a parar monedas viejas, llaves que no recuerdan a su puerta, lapiceros secos de la tinta, recuerdos, pelusas, boletos que sobreviven a viajes o a cintas que ya no están en cartelera… Y que, al momento de hacer limpieza, no nos deshacemos de todo lo que ahí se encuentra aunque prácticamente nada sirva.